Hay un elefante en la sala

«Entre los académicos de Hollywood hubo miedo a votar en contra de «12 años de esclavitud» por si eran tildados de racistas» Estas palabras las pronunció Gary Oldman en una entrevista a la revista Playboy concedida en el año 2014 y su alegato en contra de la corrección política de los votantes de los premios más importantes de la industria fue tan criticado que se vio obligado a recoger el cable para no perjudicar a la promoción de «El amanecer del planeta de los simios». Oldman que ganó el Oscar en el año 2018 por interpretar a Winston Churchill en «El instante más oscuro» es conocido en Hollywood por ser un verso suelto, ni siquiera tiene publicista, y no seguir la corriente progresista, de hecho estuvo a punto de entrar en barrena cuando se atrevió a criticar a Dreamworks ya que en el otoño del año 2000 le vetaron de la promoción de «Candidata al poder», de la que él era también uno de sus productores, porque se iba a posicionar a favor del candidato republicano George W. Bush y los jefazos de la compañía eran donantes del candidato demócrata Al Gore. La carrera de Oldman en Hollywood no se resintió gracias a su participación en dos grandes éxitos de la Warner como son la serie cinematográfica de «Harry Potter» y la trilogía de «Batman» de Christopher Nolan y porque la sociedad de hace dos décadas no estaba al servicio de la masa enfurecida que ejerce todo su poder a través de las redes y la de 2014 ya estaba en ello, Oldman vio el alcance de sus palabras por lo que se estaba comentando en internet y asumió que había exagerado en la entrevista. La situación ha ido a peor, si esas declaraciones se hubieran dado en 2020, en plena explosión del movimiento «Black Lives Matter» (nacido en 2013 durante el mandato de Barack Obama) a Gary Oldman le habrían considerado un supremacista por quejarse de la tiranía de la corrección política, y de manera inmediata habría sido un proscrito en la industria porque su agencia habría recibido presiones para su despido.

Gary Oldman moderó su tono a raíz del revuelo causado por su anticorrección política y así pudo ganar el Oscar © GettyImages

En el año 2018 Frances McDormand recogió su segundo Oscar a la mejor actriz por su trabajo en “Tres anuncios en las afueras” y se entronizó como la gran Charo de Hollywood gracias a dos motivos, el primero por hacer levantar a todas las señoras presentes del auditorio y el segundo por dar visibilidad en el evento más relevante de la industria cinematográfica a las «cláusulas de inclusión» para favorecer la diversidad. La «cláusula de inclusión» se la debemos a Stacy L. Smith, una profesora de periodismo, asociada a la Universidad del Sur de California y que es más conocida por su activismo y las charlas impartidas por las principales ciudades de los Estados Unidos, el paternalismo universitario ha sido el origen de ese activismo identitario e incendiario que padecemos hoy, y por el impacto de sus análisis en la industria de Hollywood, especialmente en lo relativo al retrato de todo aquello que se sitúa por debajo de la cúspide ocupada por el hombre blanco y heterosexual. Las diferentes agencias de talentos que presumen de estar a la vanguardia en la sociedad comenzaron a partir de 2016 a reclutar a activistas disfrazados de abogados especializados en derechos civiles para que actúen como asesores y convenzan a actores, directores, creadores de series y guionistas para que impongan en sus contratos la cláusula de inclusión. Tras las palabras de Frances McDormand en los Oscars se sumaron a la cláusula Brie Larson, Michael B. Jordan, Matt Damon y Ben Affleck mientras que los activistas convertidos en asesores comenzaron a ser más insistentes en su desempeño y en eso se incluye la financiación de campañas en los medios de comunicación con artículos en donde se habla de la poca diversidad en la industria o de los privilegios de una parte. El estado de California comenzó a beneficiar fiscalmente a aquellas producciones que se ajustaran a condiciones de integración y las academias más importantes de la industria audiovisual tendrán en cuenta si los procesos de contratación están acordes a la cláusula de inclusión para que sean calificables, es decir, que para poder aspirar a ganar un EGOT (Emmy, Grammy, Oscar, Tony) se han de garantizar que se cumplen unos baremos mínimos de diversidad, esta norma comenzará a aplicarse en los Oscars a partir del 2024. Las redes sociales están siendo nuevamente la herramienta perfecta para que la cláusula de inclusión sea en la actualidad la norma ya que ha sido usada para hacer presión sobre las personalidades de Hollywood que se exponen a la muerte civil, es decir la expulsión de la agencia, si no se suman a la causa. Por ese motivo en la adaptación de «Persuasión» de Jane Austen que estrenó Netflix veíamos personajes negros perfectamente integrados en la sociedad británica de inicios del siglo XIX o en una serie histórica sobre la figura de Ana Bolena, la segunda de las mujeres del rey Enrique VIII de Inglaterra, se ha elegido como protagonista a una actriz de origen jamaicano como Jodie Turner-Smith, creyendo que saltándose a la torera el rigor histórico se soluciona el problema del racismo. Tampoco erradica el racismo dejar tirado en el suelo el Oscar al mejor actor en 2021 porque el receptor fue un señor galés que estaba en su casa durmiendo y no el fallecido Chadwick Boseman ni que BuzzFeed dedique un artículo de más de 6.000 palabras a las demasiadas oportunidades dadas a Armie Hammer, antes de su estrepitosa caída en 2021, por el hecho de ser un hombre blanco, heterosexual y de familia millonaria porque John David Washington está en una situación igual de privilegiada y con las mismas oportunidades y nadie se ha quejado ni se atrevería a hacerlo por el color de su piel.

Cambiando la historia para solucionar el problema del racismo © HBO Max

El pasado mes de noviembre Universal estrenaba en los Estados Unidos «Al descubierto» de Maria Schrader basada en la investigación periodística que hizo caer a Harvey Weinstein en el otoño de 2017. Un film protagonizado por Zoe Kazan y Carey Mulligan, que tiene a Brad Pitt como uno de sus productores y que cuenta con un presupuesto de 32 millones de dólares más su inversión publicitaria, para lo que se maneja en Hollywood en este siglo XXI para las películas adultas que no van a las plataformas es una cifra que no está por debajo de la media. La película ha sido un rotundo fracaso en los Estados Unidos ya que apenas recaudó una tercera parte de lo que costó y algo similar está sucediendo con las películas confeccionadas para estar en los Oscar. Tras el fiasco de la película sobre el caso Weinstein la revista Variety trataba de explicar los motivos por los que este tipo de películas generan la indiferencia en la audiencia apuntando que el público en un momento de crisis como el presente quiere dejarse sorprender con propuestas tan estimulantes como «Todo a la vez en todas partes» y no pagar por ver una de las mayores exhibiciones de cinismo realizadas en la siempre pacífica comunidad de Tinseltown en su recreación de una historia de la que se ha hablado hasta la saciedad en el último lustro y que la industria fingió desconocer cuando se destapó.

La culpa del fracaso de «Al descubierto» no la tiene que sea una exhibición de cinismo sino que el público es tolerante con el machismo © Universal Pictures

Hay un elefante en la sala y tiene que ver con el estado actual de los medios de comunicación y en particular con el de la crítica que lleva muerta varios años. En el 2008 nos adentramos en una crisis económica que fue especialmente grave en los medios de comunicación al reducirse considerablemente la inversión publicitaria y la prensa tradicional ya se encontraba debilitada en su batalla con lo digital, que no solamente estaba representado por las páginas de internet sino por los contenedores verticales (promotores de redes sociales) y plataformas como YouTube. La falta de recursos de los medios de comunicación y la multidigitalización han tenido varias consecuencias entre las que se encuentran la limitación del tiempo para preparar contenidos de calidad y el sometimiento a los intereses publicitarios. En la actualidad la situación ha empeorado considerablemente hasta el punto de que el papel que se utiliza para imprimir el periódico del principal medio de comunicación en España tiene más valor que lo que se paga por una de sus acciones en bolsa, por debajo de los 30 céntimos está el grupo PRISA. En esta situación de precariedad, las distribuidoras pueden dar un toque a un medio de comunicación y amenazar con retirar la publicidad si hay una mala crítica, o si hay ensañamiento en el caso de que sea un desastre, es memorable la noche de fin de año que le dieron al antiguo director de un medio por la mala crítica de una película de un gran estudio. Las distribuidoras vieron que los nuevos tiempos pertenecían a internet y en concreto a los usuarios de las redes sociales y que ello no conllevaba una importante inversión publicitaria, ya no tenían que preocuparse tanto por pagar por una franja publicitaria en un medio digital con unos redactores que hacían malabares con los eufemismos porque los tuiteros a cambio de un mísero RT hacen más que la crítica y gratis, o a precio de ganga. Desde el momento en el que las distribuidoras y también los medios de comunicación se rindieron ante los flipaos de las redes y plataformas que buscan el casito el sector quedó sentenciado.

Antes de que fuera exhibida en Cannes los contenedores verticales le concedieron la Palma de Oro a «Titane» porque una mujer habla de la identidad de género y ni siquiera alguien del carácter de Spike Lee (presidente del jurado) pudo oponerse a eso © Caramel Films

El sometimiento a los inversores, a la presión de la inmediatez y a la tiranía de las tecnológicas han hecho desaparecer al crítico que ahora se limita a repetir una serie de mantras para no salirse del rebaño. Nadie quiere ser como Carlos Boyero, dejando a un lado al personaje autoparódico que se ha construido, un generador de opinión y alguien con la capacidad de animar al consumidor a descubrir una película porque todos temen el toque de atención de un empresario cabreado o el veto de un festival descontento por un comentario negativo a su organización o de una distribuidora molesta. Ahora es mejor ser un prescriptor de contenidos en donde lo primordial es ensalzar los valores sociales, los de una obra y por supuesto los suyos, no se tienen en cuenta las virtudes artísticas sino su defensa de la justicia social. Variety tuvo que pedir disculpas ante la amenaza de boicot publicitario porque uno de sus críticos se atrevió a decir que Carey Mulligan no es lo suficientemente sexy para dar vida a la protagonista de “Una joven prometedora” y por el enfado de la actriz ella estuvo a punto de ganar el Oscar. Una crítica de un medio español se ha hecho fuerte porque se dedica a afear a quienes alaban las películas que a ella les resulta ideológicamente repugnantes, especialmente si ensalzan la masculinidad tóxica. Quienes ejercen la crítica y la información cinematográfica en los principales medios informativos se han convertido en catequistas, en meros divulgadores de la virtud del siglo XXI, es una manera de quedar bien ante inversores publicitarios, distribuidoras y la masa enfurecida con teclado, y por descontado es la mejor manera de medrar. Quienes no entran en ese juego saben que están condenados a sobrevivir en el cementerio porque ninguna plataforma apostará por ellos, ni tendrán promoción en redes sociales y tampoco tendrán trato de favor de las distribuidoras, ni se sentirán representados por asociaciones gremiales cuyos intereses van por otro lado. El sector periodístico cultural que está tan preocupado en elaborar listas y establecer guetos está tan podrido como otras áreas de la información, con la diferencia de que no aspira ni a las migajas del pastel informativo.

En el festival de San Sebastián ya ni se sabe quiénes son las verdaderas estrellas si las actrices de Hollywood o los acreditados de determinados medios cuya cotización en bolsa está en el subsuelo o que andan mendigando a sus suscriptores © Hola

Estamos demasiado acostumbrados a leer los lamentos de los medios por la actitud pasiva del público real, ese que está más allá de la burbuja en la que se han instalado los cachorros de la prensa pop de Malasaña, y también a que se responsabilice a los espectadores del fracaso de determinadas propuestas, es preferible llamar facha al otro que hacer un ejercicio de conciencia para evaluar los errores. El consumidor no está interesado en lo que se cuece en los festivales de clase A porque lo ve como algo elitista, quienes los cubren están más interesados en presumir aunque estén hospedados en un piso patera y en socializar que en realizar una gran cobertura con las que puedan invitar a descubrir buenas películas, ni en las diferentes entregas de premios porque están desconectadas del mundo real y ha dejado de creerse a la crítica que cada día se rinde ante cuatro obras maestras que no soportan el paso del tiempo ante el miedo de cualquier amenaza de cancelación por parte de quienes promueven las cláusulas de inclusión.

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