Los datos de la taquilla del fin de semana del 30 de septiembre fueron bastante llamativos porque la película que lideraba la recaudación era «Avatar» de James Cameron, un título de 2009 que llegaba de nuevo a las salas en una versión remasterizada y como anticipo al estreno de su ambiciosa secuela que llegará el próximo 16 de diciembre. Ese reestreno llegó a casi un medio millar de salas y su campaña promocional llevó a la confusión a los espectadores, algo que dice bastante de la situación de los medios culturales, porque buena parte de quienes fueron a verla se dieron cuenta de que ya la habían visto y que no se trataba de «Avatar 2: El sentido del agua». Cuando James Cameron estrenó «Avatar» en las navidades del 2009 se propuso revolucionar la experiencia cinematográfica en un momento en el que el mundo estaba sufriendo los efectos de una crisis económica y el cine estaba lidiando una batalla con la piratería. Se buscaba una manera de diferenciarse de la pantalla de un ordenador y se recuperó el 3D, que en el pasado fue un intento desesperado de recuperar al espectador que se había perdido con la llegada de la televisión. Se adaptaron las salas de cine a las exigencias tecnológicas, «Avatar» fue un éxito monumental y se diferenció de todas aquellas imitadoras que llegaron después y que hicieron que el 3D fuera molesto y poco rentable.

A la espera de ver si James Cameron vuelve a dotar de significado a la experiencia cinematográfica con «Avatar 2: El sentido del agua» este 2022 está siendo un año de recuperación del público en las salas tras el período marcado por la pandemia. Lo realmente llamativo de este proceso es que la reconquista no ha sido encabezada por el Hollywood del siglo XXI sino por quienes reinaron en la industria décadas atrás.
«Top Gun: Maverick» ha sido el acontecimiento cinematográfico que ha marcado este 2022. Se estrenó a finales del mes de mayo y consiguió no quemarse en las salas, de hecho tres meses después de su estreno volvía a ser la película con mayor recaudación en los Estados Unidos, porque se había conseguido recuperar al espectador que había disfrutado de «Top Gun» en la década de los ochenta y también atrapar a las nuevas generaciones. Que «Top Gun: Maverick» llegara a las salas fue un empeño personal de Tom Cruise que desafió a la Paramount al imponer el retraso de su disponibilidad en la plataforma en streaming de la compañía. Gracias a esta maniobra Tom Cruise ha conseguido a sus 60 años volver a situarse en la cúspide de Hollywood, lugar en el que se asentó a finales de la década de los ochenta, y demostrar que sigue jugando en una liga superior.

Antes del fenómeno de «Top Gun: Maverick» en los Estados Unidos se vivió otro episodio importante de recuperación en las salas. En el mes de marzo, poco antes de una edición de los Oscars que no interesó a nadie, se estrenó «La ciudad perdida», una cinta protagonizada por Sandra Bullock y Channing Tatum sin mayores pretensiones que ser un divertimento que emulaba las comedias clásicas de aventuras. Un producto amable que consiguió volver a llevar a los cines a ese sector del público adulto que en los últimos años no había pisado una sala de cine. «La ciudad perdida» hizo una taquilla mundial de 190 millones de dólares. el triple de lo que costó, y con 58 años Sandra Bullock sigue seduciendo a los espectadores como cuando se convirtió en una estrella en los 90.

La recientemente estrenada «Viaje al paraíso» protagonizada por Julia Roberts y George Clooney se había marcado como objetivo recuperar al espectador que llevó al éxito a las comedias románticas de la década de los 90. Una tarea difícil y más teniendo en cuenta que los carteles promocionales de la película invitaban a la burla porque más bien parece la campaña publicitaria de unos grandes almacenes. Pese a la desconfianza generada porque Roberts y Clooney ya no gozan del esplendor de antaño “Viaje al paraíso” ha supuesto una sorpresa ya que está logrando ese objetivo que se había marcado. Antes de estrenarse en los Estados Unidos ha sido testada con éxito en el mercado internacional y se ha comprobado que el público ha conectado con una comedia romántica basada en la extraordinaria química de dos estrellas como son Julia Roberts, la reina de Hollywood durante finales del siglo XX, y George Clooney el cruce perfecto entre Cary Grant y Warren Beatty.

Tanto “Top Gun: Maverick» como «La ciudad perdida» y «Viaje al paraíso» son películas evento que giran en torno a unas estrellas que ya han superado la barrera de los 50 y que representan al Hollywood que estaba dominado por las luminarias. Estos éxitos que apelan a la nostalgia han puesto de manifiesto la debilidad del relevo generacional en Hollywood.
A la edad de 62 años Cary Grant decidió retirarse de la actuación porque a pesar de que «Apartamento para tres» fue un éxito no quería que su imagen quedara obsoleta. Grant fue listo porque dos años después de su retirada Hollywood ya estaba deslumbrándose por las nuevas estrellas que darían aires de modernidad a la siempre pacífica comunidad de Tinseltown y que aunarían el éxito comercial con el prestigio artístico. Entre mediados de la década de los sesenta y finales de la década de los setenta Hollywood pudo gozar de una extraordinaria generación de actores dotados de cualidad de estrella, probablemente la más completa de su historia.
Es odioso comparar el impacto generado por Robert Redford, Warren Beatty, Clint Eastwood, Dustin Hoffman, Jack Nicholson, Robert De Niro, Al Pacino, Gene Hackman, Jane Fonda, Faye Dunaway, Diane Keaton, Meryl Streep y Goldie Hawn, por citar unos pocos, con el de Timothée Chalamet, Michael Fassbender, Tom Hiddleston, Benedict Cumberbatch, Jennifer Lawrence, Jessica Chastain, Brie Larson y Zendaya. Los primeros tuvieron la suerte de vivir en un Hollywood que confiaba en sus estrellas para que llevaran al público a las salas, a los segundos les ha tocado trabajar en una industria dominada por las propiedades intelectuales y que ha creado estrellas que son incapaces de tener el poder de estar por encima y ser su propia marca.

La explotación de la nostalgia no se debe a una demanda del público sino a la profunda crisis económica y social que ha marcado a este siglo XXI. Lo fácil para la industria audiovisual es exprimir al máximo una propiedad intelectual, revisitar una y otra vez un terreno conocido antes de explorar uno nuevo, además es una buena manera de generar contenidos en las diferentes plataformas en streaming que se puedan vender porque el espectador está familiarizado con ellos. Esta situación da muy poco margen a las generaciones más jóvenes de actores. Jennifer Lawrence ganó un Oscar a la mejor actriz a la edad de 21 años y se convirtió en la princesa de Hollywood pero a pesar de un talento de sobra demostrado ese estatus no lo habría alcanzado si no hubiera protagonizado «Los juegos del hambre», una serie cinematográfica cuya finalización la ha dejado sin el poder para llevar a los espectadores a las salas pese a que probablemente sea la actriz que más memes ha dado a internet durante los últimos diez años.
El éxito de «Rocky» en la década de los setenta explotó la cultura del deporte y se abrieron gimnasios que se llenaron de jóvenes que querían convertirse en figuras del boxeo. Cuando la serie «Fama» arrasaba en todo el mundo los conservatorios no dejaban de recibir solicitudes de chavales que querían triunfar como bailarines, cantantes, actores y músicos. La serie «La ley de los Ángeles» rebosó las facultades de Derecho. «Urgencias» y en concreto el episodio de George Clooney tratando de salvar a un niño con una percha atravesándole la garganta, llevó a muchos jóvenes a estudiar Medicina. Eso lo ha inculcado lo audiovisual. Eso cambió con la llegada del siglo XXI cuando la MTV comenzó a producir realities.
El ejemplo de los grandes nombres de Hollywood durante el siglo XX ha llevado a ser algo aspiracional para muchas generaciones, lo mismo sucede con las estrellas del fútbol y las modelos. Hasta inicios del siglo XXI los jóvenes soñaban con ser futbolistas de éxito, estrellas de cine o desfilar como modelos en las pasarelas más prestigiosas del mundo. Pero para triunfar en el deporte, el cine y la moda se exige talento, sacrificio y tener una cualidad diferencial. Se requiere esfuerzo, en definitiva. La cultura del reality y de la exposición en las redes sociales se ha cargado todo eso. ¿Para qué triunfar en el cine si tengo internet y una cámara? En la actualidad Kim Kardashian, estrella gracias a un reality y una portentosa capacidad para generar escándalos en internet, es más conocida por el público que cualquier nombre de Hollywood de este siglo XXI y eso se debe a que la hija más mediática del abogado Robert Kardashian ha tenido la capacidad de crear su propia marca y ser famosa por ello. Eso ha llevado a muchos intérpretes a reciclarse como influencers en redes sociales pero sus millones de seguidores no se traducen en ganancias para sus películas o series de televisión ni siquiera de los productos que promueven. Kim Kardashian ha logrado convertir al colorete Luminoso de la firma MILANI en un éxito de ventas porque su maquillador comentó que es su favorito, Sara Carbonero, por poner un ejemplo que nos toca más de cerca, provocó que el labial Dragon Girl de Nars se agotara y que las compradoras se tuvieran que poner en una lista de espera porque la prescriptora de tendencias disfrazada de periodista deportiva había dicho que era su labial preferido, y sin embargo Emma Stone no convirtió en un gran éxito de ventas al labial Mona de Nars cuando recogió su Oscar por “La, La, Land” y eso que estaba preciosa. La ceremonia de los Oscars tiene un impacto mundial, es vista por millones de espectadores, seguida por un número importante de usuarios de internet y alguien como Emma Stone da unas fotos estupendas a las revistas de moda y del corazón, pero su efecto es efímero porque las estrellas de cine han perdido la batalla de la influencia frente a quienes han hecho del uso de las redes sociales su medio de vida.

Joan Crawford se convirtió en una de las principales estrellas de Hollywood tras el crack de 1929 gracias a la ostentación que hizo del lujo para su promoción como diosa del séptimo arte, entendió que el cine y sus artistas eran una vía de escape a la dolorosa realidad que se estaba viviendo. Cuanto más esplendorosa con su estilismo más aclamada era por el público. Era un momento en el que la prensa estaba más controlada por los estudios porque a mediados de la década de los sesenta el público comenzó a hartarse de Elizabeth Taylor, de sus aires de diva, sus costosas peleas y reconciliaciones con Richard Burton. Las estrellas de hoy han entendido que su estatus les confiere superioridad moral y el público se ha hartado de eso.

La actriz y humorista Ellen DeGeneres tenía una comedia de éxito en la ABC que se canceló ante la pérdida de anunciantes cuando ella salió del armario tanto en la realidad como en la ficción, a finales de los 90 declararse homosexual seguía significando un problema. En 2003 DeGeneres regresó con éxito al primer plano gracias a su programa diario de entrevistas producido por Warner y durante casi dos décadas ha sido un referente de poder en la industria y también moral. En 2020 la cúspide de la pirámide en la que estaba muy bien instalada comenzó a desmoronarse, primero, porque durante el confinamiento en la primavera de ese año se lamentaba de estar encerrada en un espacio que era como una cuarta parte del Retiro y eso llevó al segundo motivo, comenzaron a filtrarse las quejas por acoso laboral del equipo de trabajadores del programa, algo que ya era algo más que un secreto en la industria. Su show se terminó en mayo de este año por la puerta de atrás.

Durante la década de los noventa Susan Sarandon y Tim Robbins formaban la pareja más roja de América y sus exhibiciones de superioridad moral eran jaleadas por el sector más progre de la prensa, era especialmente evidente en Europa. Sarandon y Robbins aprovechaban su presencia en los Oscars para denunciar las injusticias sociales, algo que dejaron de hacer cuando recibieron un toque de atención de los productores de la ceremonia que se hartaron de ver que la pareja se saltaba el guión de la gala para hacerse promoción. Los productores eran conscientes de que no se podía manifestar la ideología porque los Oscars tenían en aquel momento una audiencia media de 50 millones de espectadores y que a la izquierda de los demócratas hay realmente muy pocos en los Estados Unidos. Cuando Michael Moore recogió el Oscar por “Bowling for Columbine” pronunció unas palabras contra el presidente George W. Bush y la invasión en Iraq que escamaron. La situación comenzó a cambiar a finales de la primera década de este siglo. La victoria de Barack Obama y la profunda crisis económica del 2008 llevaron al rearme de la derecha que mostró una versión mucho más identitaria y que llevó al empresario Donald Trump a postularse como candidato a las elecciones presidenciales que ganó en el 2016. El ala más progresista desplegó todo su poder mediático y para ello ha sido fundamental la gente de Hollywood. Se establecieron políticas buenistas y también un cordón sanitario para todo aquel que estuviera en las antípodas ideológicas. Si en el año 2003 las palabras de Michael Moore contra la guerra de Iraq resultaron incómodas, en el 2015 que el presentador de la ceremonia de los Oscars Neil Patrick Harris llamara racista a los académicos por no dar más candidaturas a «Selma» de Ava DuVernay se tomó muy bien. El triunfo de Trump en lugar de verse como una respuesta a las políticas buenistas de una administración que miraba por encima del hombro a unos gobernados cada vez más asfixiados e ignorados se interpretó como un retroceso en los derechos y las libertades y una amenaza para las minorías. En enero de 2020 la actriz Michelle Williams recogió un Globo de Oro por su magnífica interpretación de Gwen Verdon en «Fosse / Verdon» y criticó a la administración de un tipo tan sexista como Donald Trump e instó a la población femenina de los Estados Unidos que no se abstuviera durante las elecciones que se iban a celebrar en diez meses, dando por cierto que las mujeres por el hecho de ser mujeres iban a votar por la opción demócrata. Una exhibición de clasismo por parte de Williams al olvidarse de algo fundamental, la libertad individual de las mujeres a las que les estaba indicando el candidato a votar.

El caso de Williams en estos años no ha sido excepcional, al contrario que el «gracias a la Academia por no dejarse influenciar por los matones sionistas» pronunciado por Vanessa Redgrave cuando recogió el Oscar a la mejor actriz de reparto por «Julia» en 1978. Que las películas, los directores, los actores, los críticos y los articulistas se dediquen a rendir cuentas y a considerar responsables de los problemas de la sociedad a los potenciales espectadores se ha convertido en lo dominante en los últimos diez años y eso tiene como principal consecuencia la pérdida de interés de la audiencia. Si nosotros acudimos a la consulta de un médico y en lugar cumplir con sus funciones nos pronuncia un discurso lo más probable es que solicitemos un cambio de médico de cabecera, estemos de acuerdo o no con sus palabras. Si un hombre del cinturón de los Estados Unidos ve en YouTube una entrevista promocional con los actores de una película de la Marvel en la que no dejan de llamar racistas, misóginos y homófobos a la audiencia potencial de su película, o ve la ceremonia de los Oscars en la que una actriz que ha basado su relato en su identidad racial y sexual usa su discurso para declararse víctima de la opresión social, si el equipo de una película realiza una campaña de difamación contra un medio de comunicación o si una actriz veta a periodistas blancos y heterosexuales en sus ruedas de prensa pues lo más normal es que haga la cruz a este Hollywood y busque nuevas vías de entretenimiento.

El Hollywood de este siglo XXI tiene un serio problema. La audiencia de los Oscars ha perdido 30 millones de espectadores en los últimos ocho años. La ampliación del número de nominados a la mejor película y la cosecha nada memorable, es imposible salirse de la abusiva explotación de las propiedades intelectuales, es un factor determinante. Al igual que también lo es la deriva ideológica del espectáculo televisivo, consideran que solamente se dirigen a un nicho que únicamente quiere reafirmarse, chavales de la cultura woke cuyas reivindicaciones tienen muy poco que ver con los problemas del mundo real. Quienes le han dado la espalda al nuevo Hollywood y también a los Oscars están bastante cansados de que un grupo de privilegiados echen la culpa de los problemas del mundo a los ciudadanos que están haciendo malabares para llegar a fin de mes. Hollywood tiene un serio problema porque ha entrado en una fase de la que puede ser muy complicado salir. Como sucede con las especies si no hay un relevo generacional, con películas sólidas y estrellas capaces de tener la autonomía para atraer a los espectadores, se está condenando a la desaparición. Recurrir a la nostalgia no es la solución porque no conquista a las generaciones más recientes de espectadores.
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