Este martes, 24 de enero, se darán a conocer las candidaturas para la 95ª edición de los Oscars cuya gala tendrá lugar el 12 de marzo. Tengo que admitir que estas dos fechas las he tenido que buscar en Google porque por primera vez en algo más de un cuarto de siglo no estoy siguiendo la carrera al Oscar. Recuerdo haber grabado la mítica retransmisión para Antena 3 realizada por Carlos Pumares, tuve que convencer a mis padres para que se abonaran a Canal + para poder ver los Oscars, seguí las coberturas radiofónicas de El Cine de Lo Que Yo Te Diga en la SER y desde el 2006 me he dedicado a escribir sobre la carrera al Oscar primero en la web de Las Horas Perdidas y posteriormente en el Conexión Oscar de LoQueYoTeDiga, algo que por un factor sentimental siempre consideré un honor. He sido invitada en dos ocasiones para ir a comentar los Oscars en Canal +, las del manicomio antes de su absorción por Movistar, y mi pánico escénico fue más fuerte que la llamada de televisión aunque solamente me viera mi familia (y a lo mejor ni eso) algo que no me impidió ser jurado en la 50ª edición festival de Cine de Cartagena. Creo que la oscariconodulia, la pasión por Hollywood y por escribir sobre todo ello me llevó a dedicarle varios años de mi vida a eso, aunque se ve que para tal tarea necesito un carnet que no ha llegado y que se reparte desde una habitación apestosa en función de si se tiene una cuenta verificada, del número de seguidores, del tipo de medio en el que se está o del rango que se tenga en él y de si no te han vetado en el podcast de premios más guay y con más aduladores del sector. Desde el año 2014 la audiencia de la ceremonia de los Oscars ha perdido 28 millones de espectadores, también es verdad que el consumo televisivo ha dejado de ser lineal pero la final de la Super Bowl sigue congregando e interesando a un centenar de millones de espectadores y la actuación musical durante su intermedio sigue siendo el espectáculo del año. La edición presentada por Ellen DeGeneres congregó a 44 millones y la celebrada en 2022 solamente a 16,6 millones, en medio queda el récord por lo bajo que se obtuvo el año anterior con tan solo 9,85 millones pero fue la ceremonia marcada por el COVID en donde la industria estaba bajo mínimos y fue una acción de valientes estrenar y más ver una gala producida por Steven Soderbergh. No me encuentro entre los espectadores de los Estados Unidos a los que va dirigida la ceremonia retransmitida en la ABC pero sí que estoy entre los que han decidido desertar por hartazgo al ver que una serie de factores han terminado devaluando la estatuilla.

¿Cuándo comenzó la debacle? A mediados de la primera década del siglo XXI ya se estaban notando los efectos de lo que se gestó en la década de los 90 cuando Harvey Weinstein llevó Miramax a Disney y el resto de los grandes estudios montaron sus filiales para sus proyectos con ambiciones autorales pero sin el estatus de la compañía matriz, haciendo que las versiones bastardas de Hollywood y el cine independiente comenzaran a convivir hasta que terminaran devorándose entre ellas. Por cada Paul Thomas Anderson, los hermanos Coen o Darren Aronofsky que han estado presentes en los Oscars se ha tenido que pagar el peaje de Tom Hooper, Paul Haggis, David O.Russell, Lee Daniels o Ava DuVernay o que “Slumdog Millionaire” de Danny Boyle se hiciera con ocho estatuillas en una edición en la que se enfrentaba a los desechos de las filiales de las majors.
El Harvey Weinstein de finales de la década de los ochenta e inicios de los noventa era lo más parecido a Harry Cohn, jefazo de la Columbia, en los primeros tiempos de los Oscars. Ambos aprendieron a jugar sucio, más que el resto, porque no pertenecían a la élite de Hollywood. Harvey Weinstein antes de montar Miramax era un simple matón que promovía conciertos de rock en Nueva York y Harry Cohn antes de dedicarse a ese boyante nuevo negocio del cine conducía tranvías, limpiaba piscinas y era uno de los chicos del coro en los espectáculos de vodevil, no había gran diferencia entre él y los otros progenitores de Hollywood pero Columbia era un estudio menor, no tenía grandes estrellas, ni directores de renombre y lo suyo eran las comedias. Cohn encontró a Frank Capra, que se negaba a ser un segundón, y Weinstein a las películas de Sundance y Cannes y dominaba el arte de la promoción, llevó a Daniel Day Lewis a Washington, al Congreso, para que diera una charla sobre lo que supone vivir con una discapacidad con el fin de promover «Mi pie izquierdo» que fue su primera gran jugada maestra en los Oscars.

Harvey Weinstein utilizó los premios para dominar la industria. Él supo antes que nadie que un festivalito organizado en un pequeño pueblo de Colorado (Telluride) con menos de 3.000 habitantes y sin ningún cine era un laboratorio estupendo para hacer ruido con sus películas, fue lo que hizo con «Juego de lágrimas» de Neil Jordan y no falló hasta su caída en 2017, cuando en el primer fin de semana de septiembre se podían ver en la localidad a más estrellas haciendo promoción y tuiteros y periodistas haciéndose notar que cabezas de ganado. También supo que para conseguir un hueco mediático de sus promovidas en el festival de Toronto podía infiltrar a sus empleados entre los votantes del premio del público. Por supuesto, también sabía que para asegurarse votos a sus películas podía ofrecer trabajo. Desde mediados de la década de los noventa, especialmente cuando con «El paciente inglés» Miramax se hizo con su primer Oscar a la mejor película, en los premios de la Academia veíamos a una disputa que enfrentaba a Harvey Weinstein contra el resto de Hollywood.

A mediados de los noventa, a raíz de la llegada de Miramax a Disney y la explosión del cine de Sundance, las grandes compañías crearon sus divisiones para aquellos proyectos con ambiciones autorales y eso supuso el inicio del fin del evento destinado al público adulto. TriStar Pictures (Sony) estrenó en 1993 «Philadelphia» un drama adulto, una película de juicios que por primera vez exponía sin tapujos las consecuencias del SIDA y la discriminación sufrida por los enfermos, dirigida por Jonathan Demme, coronado en los Oscars con «El silencio de los corderos», y protagonizada por Tom Hanks y Denzel Washington, dos estrellas entre las estrellas. Un film con todos los grandes ingredientes de Hollywood, que además pretendía concienciar y que solamente en cines recaudó 200 millones de dólares, siete veces más de lo que costó. «Philadelphia» no fue la excepción en los noventa pero sí que lo es 30 años después. «Babylon» de Damien Chazelle, una película que a la Paramount le ha costado 110 millones de dólares sin contar con los gastos de promoción, que cuenta en su reparto con Brad Pitt y Margot Robbie y que narra de manera descarnada las consecuencias de la revolución del sonoro y de la introducción de las conductas de moralidad en Hollywood, en un momento en el que la siempre pacífica comunidad de Tinseltown era una orgía en un piso de Magaluf, ha irritado a buena parte de la crítica, ha espantado a la mayor parte de la audiencia y antes de que llegara a los cines la prensa ya la consideraba un desastre.

Relegando las películas de cine adulto y los proyectos más autorales a divisiones independientes como Fox Searchlight, Focus Features, Paramount Vantage, Sony Pictures Classics, buena parte de ellas ya han sido absorbidas por su compañía matriz debido a su elevado coste y poco provecho, los grandes estudios encontraron la excusa para explotar el evento destinado al público joven en donde realmente pueden ganar dinero tanto dentro de los Estados Unidos como en el mercado chino. Las películas que se hacen pensando en el público adulto y para llegar a los Oscars ya no son las piezas más cuidadas por las compañías de Hollywood sino que son un mero trámite para asegurarse algo del poco prestigio que queda y los espectadores ya no están interesados en ese tipo de películas porque las ven como productos que solamente están destinados a la élite que las premian.
En el año 2006 la Academia de Hollywood concedió el Oscar a la mejor película a «Crash» de Paul Haggis en lugar de premiar a la película favorita de la crítica que era «Brokeback Mountain» de Ang Lee y que se ajustaba mucho más al cine destinado al público adulto que había trascendido al evento. Dos años antes la brasileña «Ciudad de Dios» de Fernando Meirelles había conseguido colocarse en las candidaturas a los Oscars fuera de la que era su categoría natural, mejor película en lengua no inglesa en donde fue completamente ignorada el año anterior. Desde los inicios de este siglo XXI ha necesitado un relevo generacional de académicos para que se conectara con el nuevo cine, pero lo que no es de recibo son los sucesivos tumbos que ha dado la Academia para contentar las exigencias de un público que no tiene. En 2009 cuando se ignoró a la película evento de la cosecha anterior, «El caballero oscuro» de Christopher Nolan, y los Oscars prácticamente tocaron fondo y no precisamente por el hecho de que «Slumdog Millionaire» se llevara ocho premios, la Academia anunció que las candidatas a mejor película se ampliaban a diez argumentando que era la manera de favorecer a otro tipo de propuestas de fuera de los grandes estudios. Eso favoreció a «Amor» de Michael Haneke o a la históricas victorias de la surcoreana «Parásitos» de Bong Joon-ho y de la francesa muda (aunque con capital estadounidense e intertítulos en inglés) «The Artist» de Michel Hazanavicius . Pero por cada propuesta con pedigrí que se ha metido en los Oscars se han colado «Figuras ocultas», «La madre del blues», «Selma», «La teoría del todo», «The Imitation Game» «Black Panther» que al igual que sucedió con las competidoras de 2009 estaban entre las candidatas para cubrir el expediente.

La crisis económica del 2008 fue el caldo de cultivo de los nuevos movimientos identitarios y populistas. Las principales universidades estadounidenses y canadienses han sido el primer escenario del activismo del siglo XXI y cuyo origen está en el paternalismo de las instituciones ante quienes ven que los privilegios del otro (hombre, blanco y heterosexual) son una amenaza y como respuesta a eso nos encontramos al movimiento llevado por quienes tratan de defenderse de los continuos ataques. ¿Está igual de oprimida la millonaria y prestigiosa actriz Viola Davis por ser una mujer de raza negra que un albañil blanco sin educación y seguro médico de Iowa? Aplicando la nueva escala de valores en la que en la cúspide de la pirámide siempre estará el hombre blanco y heterosexual, Viola ganará la batalla de la opresión de calle.

En el año 2015 sucedieron dos hechos en los Oscars. Primero, Patricia Arquette en su discurso de agradecimiento a la mejor actriz de reparto por «Boyhood» pidió una equiparación salarial entre hombres y mujeres. Segundo, nació el movimiento de protesta «Oscarsowhite» por la ausencia de «Selma» de Ava DuVernay en las categorías de mejor dirección y actor principal para David Oyelowo. Un año después estalló en las redes tras la rabieta de Jada Pinkett ante la ausencia de su marido Will Smith entre los aspirantes al mejor actor por su trabajo en «La verdad duele». Desde ese momento la Academia ha ido ampliando el número de miembros para favorecer la inclusión de las minorías, para que la monja académica Dolores Hart y los votantes de la categoría de mejor película en lengua no inglesa que favorecían a las películas de abuelos con niños fueran unas anécdotas del pasado, y la prensa inició la tarea para favorecer la promoción de los candidatos en función de su identidad y no de su mérito. Los medios de comunicación tuvieron tan claro que el Oscar al mejor actor en el año 2021 iba a ser para Chadwick Boseman por su trabajo en «La madre del blues», más que por su actuación porque la gran estrella de raza negra del nuevo Hollywood falleció semanas después de su rodaje, que los productores de la ceremonia reservaron el premio al mejor actor para cerrar la gala porque querían como colofón final a la viuda de Boseman recogiendo la estatuilla y a toda la comunidad afroamericana de la industria llorando, cuando el galardón fue para Anthony Hopkins, un señor de Gales que estaba en su casa durmiendo, dejaron su estratuilla en el suelo y el intérprete tuvo que agradecer al día siguiente en sus redes sociales porque los productores ni siquiera le dieron la opción de conectar mediante una videollamada. Los abanderados de las causas nobles llamaron racista a los académicos por no votar a Boseman y casi nadie en su sano juicio consideró que lo hecho a Hopkins fue una falta de respeto. La candidata más promovida de este año es Michelle Yeoh y no porque haya hecho una de las interpretaciones del 2022 en «Todo a la vez en todas partes» sino porque es uno de los mayores referentes de la comunidad asiática en Hollywood. Su raza la ha llevado a copar toda la atención mediática, a ser declarada el icono del año por la revista TIME y a que su publicista le haya orquestado una campaña en la que no parezca que esté en juego el Oscar sino el premio Nobel de la Paz. Lo mismo le sucede a su compañero de reparto en el film Jonathan Ke Quan, con el añadido sentimental ya que el actor que se convirtió en una estrella infantil gracias a «Los Goonies» e «Indiana Jones en el templo maldito» lleva desde los 15 años siendo un juguete roto de la industria.

Hollywood siempre ha presumido de su superioridad moral. Si antes teníamos a la liga de la decencia siguiendo los pasos de los miembros de la villa de Hollywood y a Sor Atila (Loretta Young) promoviendo sus valores cristianos ahora tenemos a Leonardo DiCaprio, Jessica Chastain, Natalie Portman y Frances McDormand representando a una comunidad de Hollywood que se ha convertido en la promotora de la religión del siglo XXI: el activismo. Las películas ya no se valoran por su excelencia artística sino por su contribución a la divulgación de los nuevos valores sociales: la defensa del ecologismo y las minorías. Las grandes corporaciones han creado los departamentos de responsabilidad social, ocupados por activistas, en donde se utiliza el dinero de los socios para vender una buena imagen aunque sea en detrimento de la marca, Gillette hizo una campaña en donde directamente insultaba al consumidor y L’Oréal contrató a Viola Davis para hacer un anuncio en donde la firma se avergonzaba de vender cosméticos. Las agencias de Hollywood se han llenado de activistas con traje de abogados especializados en derechos civiles para que los clientes impongan en sus contratos la cláusula de inclusión. El Estado de California premia con exenciones fiscales a las producciones que se ajusten a dichas cláusulas y a partir del 2024 solamente podrán aspirar al Oscar aquellas películas que cumplan ese requisito. Neil Patrick Harris, presentador de la ceremonia de 2015, llamó racista a quien no había convertido a «Selma» en la más nominada de la noche y desde entonces la situación ha ido a peor.

Las carreras al Oscar son cada vez más agotadoras. Peter Finch se murió en enero de 1977 tras tomarse como algo personal su campaña para conseguir la nominación al Oscar al mejor actor principal por su trabajo en «Network», meses después se alzó con esa codiciada estatuilla a título póstumo. En 1977 no existía ese nivel de intensidad, aunque evidentemente es estresante estar continuamente en oferta de simpatía para asistir a todo tipo de eventos y reunirse con periodistas y miembros de la industria para venderse. El caso de Finch ha sido el más extremo y es difícil aventurar si su corazón hubiera aguantado tanto en este siglo XXI en el que las campañas pueden alargarse más de un año. Patricia Arquette estuvo trabajando en «Boyhood» de Richard Linklater durante doce años y necesitó otros quince meses para garantizarse el Oscar a la mejor actriz de reparto. Su promoción comenzó en diciembre del 2013, cuando Richard Linklater anunció que había terminado su proyecto secreto para enviarlo al festival de Sundance en donde se presentó un mes después, y a partir de ahí la fue presentando en todo el mundo y recibiendo premios mientras se despeinaba alegremente.

Antes del 12 de marzo la prensa especializada habrá hablado largo y tendido de los diferentes premios de los gremios y diferentes asociaciones repartidas por Estados Unidos y también fuera y eso está generando el hartazgo y también la confusión en la señora de Wisconsin que pensará si los Oscars no se han dado ya en aquellos premios que se emitieron en televisión hace dos semanas. Todos quieren sus premios y tener su minuto de gloria pese a que el interés de la audiencia y de la prensa generalista sea cada vez menor y muchas de esas galas estén en el aire porque los derechos de emisión ya se están negociando a la baja y eso puede llevar a la desaparición de muchas asociaciones que no se pueden sostener solamente con el dinero que reciben de sus miembros, lo cual es un indicativo de que todo lo que rodea al negocio de los Oscars es una burbuja y que está a punto de explotar.

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